Ignasi de Puig March
"Muero como católico y mi último grito es este ¡Viva Cristo Rey!"
Ignasi de Puig nació en Barcelona, el 26 de Enero de 1911. Era hijo de una familia aristocrática, pero sobre todo sobresalía en la aristocracia del espíritu. En cuanto al contacto con jóvenes de su edad, éste le faltó, ya que fue educado en su propio hogar, pero esto no fue motivo para que él no se preocupara de acercarse al prójimo y tratarlo con amor y humanidad.
Amaba al prójimo, y muy particularmente a las clases necesitadas y obreras, a las cuales se acercaba como un compañero más.
Por no caer en el vicio del ocio, muchas temporadas vivía en las casas que tenían los colonos de sus padres, y allí enseñaba a los pequeños de estas familias, así como se prestaba también a cualquier trabajo manual que el ambiente requería, como un jornalero más.
Al cursar sus estudios de Derecho sintió la necesidad de ponerse en contacto con los jóvenes cristianos. Por aquellos días, en Manresa se respiraba un ambiente de gran entusiasmo por parte de la Federació de Joves Cristians y en su búsqueda, encontró al grupo "Ramon Llull" de esta organización, que estaba especializado en estudiantes, pero siempre en comunidad con los dependientes y miembros de la JOC (rama obrera de la FJC) de todo el movimiento. Su actuación dentro del grupo no fue muy destacada, pero siempre estuvo dispuesto a cumplir y ayudar en todo lo que estuviera en sus manos.
Cuando había manifestaciones religiosas y luchas electorales que el enemigo quería obstaculizar, él siempre miraba de mantener el orden.
Persecución y presunto martirio
Estas revueltas cada día iban en aumento, hasta llegar el momento en que la turba crispada de odio cogió tal fuerza que llegó hacerse dueña de la calle. A partir de este momento empezaron las venganzas; la autoridad se vio impotente para poder controlar tal sublevación.
Ignacio, al ser de una familia bien acomodada y cristiana, estaba en el punto de mira de los revolucionarios.
El 28 de julio de 1936, hacia el atardecer, lo cogieron preso, no para llevarlo al tribunal ni delante del tribunal, sino para conducirlo al coche de la muerte que le llevó a las afueras de la ciudad y con doloroso calvario fue puesto ante el verdugo que había de ejecutarlo. Cuando iban a taparle los ojos, con voz clara y serena les dijo: "yo nunca he actuado a escondidas, siempre he actuado dando la cara, y en mi ultimo momento, aquí me tenéis. Muero como católico y mi último grito es éste: ¡Viva Cristo Rey!". Este grito quedó ahogado por la descarga de los enemigos.
Ésta fue una de las primeras victimas que conmovió a todo el mundo incluso a los propios asesinos: Parece ser que a partir de este asesinato, el cabecilla, cuando hizo otras detenciones, no volvió a ejecutarlos, sino que les hacia pagar algún dinero y les amenazaba diciendo que si no lo daban les pasaría lo mismo que a De Puig, aunque difícilmente, decía, serían tan valientes como él.